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“Absolute chaos – it’s awesome! You will have a blast!” Esas fueron las palabras que un gringo, profesor de medicina en la UCE, le dijo a su nuevo amigo en ese vuelo en el que todos nos dirigíamos a Santo Domingo desde Atlanta.

El otro hombre también era gringo y esta era su primera visita a República Dominicana, mientras que su compañero de viaje iba con frecuencia a la isla, un mes sí y un mes no, a impartir sus clases. Ambos estaban sentados en la fila justo detrás de mí en ese avión, repleto de dominicanos, peloteros en su mayoría, que iban hablando y haciendo cuentos en voz alta -muy alta, riéndose desde el estómago y oyendo música (bachata, claro) como si estuvieran en las marquesinas de sus casas en el Caribe. Tuve el verdadero déjà vu a mis frecuentes vuelos hace ya unos años de New York a Santo Domingo (sobretodo aquellos que coincidían con las fiestas navideñas).

Yo no sabía si llorar o reír. Para que me visualicen mejor, me tocó sentarme en un asiento del medio, entre dos hombres que juntos debían pesar unas 850 libras. Casi no podía moverme, intentar alcanzar mi mochila para sacar algo, arreglarme la cola del cabello o separar mis brazos dos pulgadas de mi cuerpo para estirarme, era misión imposible. El de la derecha no dejaba de roncar. Y el vuelo duraría tres horas, y estaba recién iniciando.

Escuchar aquel comentario del gringo, que le vendía el caos de mi país al otro como si fuera la principal característica de este destino del mundo, me hizo tomar mi celular, abrir una Nota y empezar a escribir este artículo (en medio del bullicio).

El caos que a mí me estaba volviendo loca, era lo que al gringo le gustaba de mi patria. La alegría y algarabía en voz alta y la camaradería entre aquellas decenas de peloteros y otros pasajeros que se unieron a la fiesta en el aire, que a mi me parecían un poco fuera de contexto e impertinentes, y por demás molestosas porque no me permitían dormir ni leer, era lo que el gringo más disfrutaba de mi país.

¿Será que estamos destinados al caos, porque la personalidad del dominicano común es sencillamente hacer caso omiso a las ‘normas’ o ‘estándares’ de conducta definidas para espacios o momentos determinados? ¿Qué gen tiene el dominicano -que a mí me quitaron- que lo hace disfrutar y perpetuar el desorden? No estoy en contra de disfrutar, bailar, reirse, compartir o hablar en voz alta, y de hecho me enorgullece la calidez humana, espíritu fiestero y hospitalidad del dominicano, pero de alguna manera entiendo -y respeto- que todo tiene su tiempo y su lugar y que no todo es permitido o prudente en todos los contextos, aunque es saludable de vez en cuando romper paradigmas y el status-quo.

Por demás está decir que mi país tiene tantas otras cosas hermosas y maravillosas por las cuales quisiera fuera más conocido.

Me entretuve escribiendo esto y todavía faltaba una hora y veinte minutos para aterrizar en Quisqueya la Bella. Ahora quien roncaba era mi compañero de vuelo de la izquierda.

Amo mi país, como a uno de esos amantes que te hacen llorar y te hacen vivir.

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Por primera vez en la historia de nuestro país, en el mes de Enero del año 2012 se aprobó una Ley que contiene la Estrategia Nacional de Desarrollo 2030 (Ley No. 01-12). Una ley más, una ley menos, esa no es la innovación. La novedad e importancia está en el proceso proactivo, participativo y multi-sectorial que se llevó a cabo para consensuar lo que hoy está plasmado a nivel oficial como la hoja de ruta para el desarrollo de la República Dominicana.

Ese sólo esfuerzo merece todo nuestro orgullo, respeto y admiración. No es común que en nuestro país nos pongamos de acuerdo quitándonos los diferentes sombreros y matices, colores y jurisdicciones, poniendo primero el bienestar común sobre nuestros intereses personales y particulares.

Sin embargo, lo que quiero resaltar en esta oportunidad es que por primera vez en nuestra historia tenemos una visión-país de largo plazo consensuada y oficializada (Art. 4, Ley No. 01-12):

República Dominicana es un país próspero, donde se vive con dignidad, seguridad y paz, y con igualdad de oportunidades, en un marco de democracia participativa, ciudadanía responsable e inserción competitiva en la economía global, y que aprovecha sus recursos para desarrollarse de una forma innovadora y sostenible.

Todos deberíamos conocer esta visión-país, y asumirla como propia. Todas nuestras acciones e iniciativas deben apuntar a acercarnos más cada día a ese sueño, para entre todos, hacerlo realidad. ¿Qué estamos haciendo desde cada uno de nuestros escenarios para conseguir el país que nos merecemos? ¿Qué podemos hacer que no estamos haciendo aún?

Antes, era más fácil opinar sobre las políticas públicas que eran necesarias para impulsar un sector productivo de la economía nacional, como el de las pequeñas y medianas empresas, para que éste fuera más dinámico y competitivo, innovador y generador de empleos, además de un atractivo retorno a la inversión…

Antes, era más fácil señalar desde aquel estrado lo que hacía falta para poner a los sectores públicos y privados de acuerdo en pequeños “detalles” que mejorarían el libre fluir del crecimiento económico y social de una determinada comunidad o bien de la sociedad en su conjunto…

Antes, era más fácil escribir párrafos y párrafos en informes y análisis sectoriales…

Antes, era más fácil criticar lo que “siempre se había hecho de tal o cual manera”…

Pero hoy, cuando la MIPYME soy yo, la historia es otra, totalmente diferente. Ponerse en estos zapaticos de MIPYME es todo un desafío.

Arriesgar unos pesitos que tenías ahorrados, para desarrollar una idea con la que soñabas, y ver el tiempo pasar y no poder manosear el éxito comercial que creías llegaría más rápido… Creerte los buenos deseos a tu súper idea de negocio por parte de muchos amigos y familiares, y conocidos de todos ellos, pero entender que abrirte un nicho en el mercado no es igual de sencillo; que no todo el que elogia tu idea se convierte en tu cliente.

Darte cuenta que para venderle al Estado de manera transparente tienes casi que hacer magia, aunque hay muchas y muy buenas intenciones, y hasta decretos presidenciales que poéticamente estipulan medidas muy favorecedoras. La verdad es que es muy difícil hacerlo real; demasiada burocracia y conflictos de intereses. Meses van y vienen. Y además, debes hacerte primero suplidor registrado del Estado, lo que implica que debes cotizar en la Tesorería de la Seguridad Social (y pagar al menos un salario), aunque hayas decidido, como emprendedor al fin, sacrificarte y no recibir un sueldo de tu recién creada empresa. ¿Irónico, no?

Revestirte de paciencia para lograr satisfacer todos los trámites y sus complejidades típicas de nuestro país, para poder hacer las cosas “por el librito”.

Y, a pesar de todo eso, nada es más gratificante que ver tu propia idea hacerse realidad y ganarse lentamente un espacio en el abarrotado mundo de los negocios. Nada me ha dado más regocijo en mi vida profesional que haberme arriesgado a emprender. Nada me ha otorgado mayor crecimiento personal que saberte dueña de una idea que se concretizó y que tiene potencial de expandirse y crecer. Pocas cosas me hacen sonreír desde el alma como cuando alguien desconocido me dice “¡ah, qué bien, tu eres la de As we see it!”

Cuando la MIPYME soy yo, reacciono, y me doy cuenta de que no todos tienen el empuje o el espíritu para emprender un camino que, si bien está lleno de obstáculos para vencer, también está repleto de bendiciones. Y me siento re-bendecida al saber que yo sí tengo ese bichito.

Muchos me han preguntando por qué no vivo fuera de República Dominicana. Por qué no me he ido si, con mi perfil profesional, podría tener suficientes oportunidades fuera de este país. Yo misma me pregunto a cada rato lo mismo. Me pregunto si aprovecharía la posibilidad de irme a explorar lo que me falta por respirar de Europa si me dieran la noticia próximamente de que mi familia ha obtenido el pasaporte alemán, que nos toca.

Me pregunto qué haría si se me presentara una oportunidad laboral o me enamorara de algún extranjero que implique mudarme a otro país.

No sé. No puedo responder esas preguntas con certeza. No estoy segura de la decisión que tomaría. No puedo predecirlo.

No obstante, lo que sí sé es que hoy, que estoy en mi República Dominicana que adoro, en la que creo tanto, a la que le veo tanto potencial, y también esa que me hace llorar de impotencia ante tantas injusticias e ineficiencias, hoy puedo y decido hacer lo que esté a mi alcance para verla crecer, y, mientras, crezco yo también.

Difícil predecir lo que decidiremos en el futuro. No conocemos las circunstancias y coyunturas en las que estaremos parados en el mañana. Pero es absolutamente sencillo decidir qué hacer hoy, ahora, en este preciso momento.

Hace más de dos años iniciamos con AS WE SEE IT (www.asweseeit.do / @AsWeSeeItdr) como un libro de fotografías para proyectar una imagen-país diferente y cosmopolita de una República Dominicana moderna, que pocos pueden visualizar. Hoy en día, AS WE SEE IT es mucho más que eso. Nos proponemos utilizar esta plataforma para provocar cambios positivos en nuestro país, y llegaremos tan lejos como nuestros sueños nos lo permitan.

No podemos predecir el mañana, pero podemos trabajar hoy para crear algo que perdure en el tiempo, estemos donde estemos.