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Antes, era más fácil opinar sobre las políticas públicas que eran necesarias para impulsar un sector productivo de la economía nacional, como el de las pequeñas y medianas empresas, para que éste fuera más dinámico y competitivo, innovador y generador de empleos, además de un atractivo retorno a la inversión…

Antes, era más fácil señalar desde aquel estrado lo que hacía falta para poner a los sectores públicos y privados de acuerdo en pequeños “detalles” que mejorarían el libre fluir del crecimiento económico y social de una determinada comunidad o bien de la sociedad en su conjunto…

Antes, era más fácil escribir párrafos y párrafos en informes y análisis sectoriales…

Antes, era más fácil criticar lo que “siempre se había hecho de tal o cual manera”…

Pero hoy, cuando la MIPYME soy yo, la historia es otra, totalmente diferente. Ponerse en estos zapaticos de MIPYME es todo un desafío.

Arriesgar unos pesitos que tenías ahorrados, para desarrollar una idea con la que soñabas, y ver el tiempo pasar y no poder manosear el éxito comercial que creías llegaría más rápido… Creerte los buenos deseos a tu súper idea de negocio por parte de muchos amigos y familiares, y conocidos de todos ellos, pero entender que abrirte un nicho en el mercado no es igual de sencillo; que no todo el que elogia tu idea se convierte en tu cliente.

Darte cuenta que para venderle al Estado de manera transparente tienes casi que hacer magia, aunque hay muchas y muy buenas intenciones, y hasta decretos presidenciales que poéticamente estipulan medidas muy favorecedoras. La verdad es que es muy difícil hacerlo real; demasiada burocracia y conflictos de intereses. Meses van y vienen. Y además, debes hacerte primero suplidor registrado del Estado, lo que implica que debes cotizar en la Tesorería de la Seguridad Social (y pagar al menos un salario), aunque hayas decidido, como emprendedor al fin, sacrificarte y no recibir un sueldo de tu recién creada empresa. ¿Irónico, no?

Revestirte de paciencia para lograr satisfacer todos los trámites y sus complejidades típicas de nuestro país, para poder hacer las cosas “por el librito”.

Y, a pesar de todo eso, nada es más gratificante que ver tu propia idea hacerse realidad y ganarse lentamente un espacio en el abarrotado mundo de los negocios. Nada me ha dado más regocijo en mi vida profesional que haberme arriesgado a emprender. Nada me ha otorgado mayor crecimiento personal que saberte dueña de una idea que se concretizó y que tiene potencial de expandirse y crecer. Pocas cosas me hacen sonreír desde el alma como cuando alguien desconocido me dice “¡ah, qué bien, tu eres la de As we see it!”

Cuando la MIPYME soy yo, reacciono, y me doy cuenta de que no todos tienen el empuje o el espíritu para emprender un camino que, si bien está lleno de obstáculos para vencer, también está repleto de bendiciones. Y me siento re-bendecida al saber que yo sí tengo ese bichito.