Más de 600 personas, incluyendo los principales líderes y representantes de organismos internacionales y reconocidas entidades de América Latina, se dieron cita a principios de Septiembre en uno de los más lujosos hoteles de la ciudad de Washington, D.C. para la XVIII Conferencia Anual de la CAF. Y yo también fui.
Dos días de ponencias magistrales, interesantes paneles de discusión y múltiples oportunidades de networking y, sin embargo, lo que más me gustó de todo el evento probablemente no era parte del programa original del mismo.
Había notado a aquel joven el primer día de la Conferencia porque andaba en jeans, llevaba una camiseta con el símbolo de rock & roll (que es el mismo I Love You del sign language que tanto me gusta) y un blazer casual. Además, su melena despeinada obviamente llamaba la atención en aquel contexto ejecutivo de importantes líderes y expertos de todo el mundo que plancharon camisas y vestidos para la ocasión.
El segundo día aquel joven me llamó más la atención cuando lo vi sentado en la tarima, como uno de los panelistas para la discusión siguiente en agenda: Innovación Social para el Desarrollo (o algo así). Julián Ugarte era el Director Ejecutivo de SociaLab. Había venido desde Chile a contarnos la exitosa historia de su empresa y cómo para él los jóvenes creativos y emprendedores son los que cambiarán el escenario de pobreza en nuestra región.
Por Julián recordé lo rentable que puede ser un enfoque creativo a los problemas de siempre. Pensar diferentes formas que creen soluciones a desafíos sociales que afectan a millones de personas cada día no es altruismo ni filantropía. SociaLab incuba empresas que generan miles de empleos y producen millones de dólares.
Su magia no es otra que cambiar el ángulo desde el cual regularmente suelen abordarse este tipo de problemáticas sociales. No se trata de iniciativas necesariamente complejas o abstractas o que requieran inversiones millonarias para implementarse. A veces son cosas tan sencillas, tan simples, que luego parece increíble que no se hubiera pensado antes en aquello.
Por ejemplo, Julián nos contó el grave problema que la mayoría de las personas en condiciones de pobreza enfrentan de manera cotidiana: por la poca liquidez monetaria que tienen cada día, los pobres suelen comprar los envases más pequeños disponibles de productos básicos (arroz, azúcar, café, detergente, aceite, entre otros). Sin embargo, los envases grandes, generalmente, por ser venta al por mayor, tienen un costo por libra mucho menor que los envases pequeños. Los pobres sólo pueden comprar el pequeño porque el dinero no les alcanza para el más grande, pero pagan un precio mayor por libra de producto, que aquellos que sí tienen el flujo de caja para aprovechar las economías de escala. Los pobres son penalizados por no tener liquidez.
Observando esa situación, unos emprendedores apoyados por SociaLab simplemente inventaron unos recipientes inmensos que despachan al detalle la cantidad precisa que la persona necesita, al precio justo. Los colocan en comunidades pobres y tienen un gran negocio. Los emprendedores sí aprovechan la economía de escala cuando compran al por mayor, pero le transfieren gran parte de sus ahorros a los pobres a márgenes menos abusivos que las grandes distribuidoras. ¿A cambio? Obtienen grandes beneficios por los altos volúmenes de venta que realizan cada día, con lo cual logran negociar mayores descuentos con sus suplidores, mientras que contribuyen al bienestar de esas familias pobres y promueven su desarrollo local.
¿Quién iba a pensar que habría posibilidades de intervenir la cadena de distribución de tantos productos, en mercados tan competitivos, y que eso disminuye pobrezas?
El problema es el mismo. La solución está en darle la vuelta al problema o darnos la vuelta nosotros para verlo distinto. Es el ángulo con que se miran las cosas lo que cambia el resultado.
Me había frustrado el no haberme podido acercar a Julián durante el evento y, tras su panel, sentí que se esfumó. Pero cuando me fui de aquel hotel lo vi sentado en las escaleras de la entrada y me salió la “frescura” dominicana. Me le acerqué e intercambiamos información de contacto. Estoy segura de que quiero aprender más de sus experiencias y ver cómo podemos inyectar innovación social en República Dominicana, que tantos creativos tiene.